Los estadios de fútbol han pasado de ser santuarios a enormes centros comerciales que mueven mucho dinero, pero no la misma pasión. Son las consecuencias del marketing deportivo
En los últimos días se ha especulado con la posibilidad de renombrar el Santiago Bernabéu y el Camp Nou, dos de los estadios más importantes del mundo. Tanto Barcelona como Real Madrid son clubes endeudados, aunque e priori parezcan poderosos económicamente por sus multimillonarios fichajes, y una inversión de este calibre sería de mucha ayuda.
Mientras Qatar Airways estaría negociando con el club catalán poner su nombre en el estadio por 350 millones en un plazo de 30 años, Florentino Pérez regalará el nombre del Bernabéu a la empresa que se encargue de su remodelación. Emirates, Microsoft, Coca Cola y Audi están entre las marcas candidatas.
Es el marketing deportivo, una práctica que llegó a la Premier League hace años para cubrir el fútbol de patrocinio, publicidad y dinero, aunque se ha llevado por delante el fútbol de calle. El caso más famoso es el del Arsenal, quién inauguró el Emirates Stadium en 2006 con 60.000 localidades convirtiéndose así en el tercer estadio más grande de Inglaterra, sólo superado por Old Trafford y Wembley.
Sin embargo, son muchos los nostálgicos del fútbol que todavía recuerdan Highbury Park, reformado en un complejo de viviendas. Ese era el verdadero fútbol inglés, una olla a presión donde los jugadores notaban el aliento de los aficionados creando una química espectacular. Allí se vio al mejor Henry, Bergkam o Vieira. Pero ahora se tienen que conformar con asistir a un estadio más cómodo y seguro, pero sin el mismo encanto del de antes. En la misma línea, el Manchester City, segundo clasificado después del Arsenal, recibió 400 millones de libras en 2001 por poner su nombre al estadio City of Manchester por 10 años.
Dinero, dinero y dinero. ¿Hablamos actualmente de estadios de fútbol o de enormes centros comerciales? Mourinho, como entrenador del Real Madrid, se quejó de la frialdad del Bernabéu, calificado en su día por algunos peñistas como una ópera o teatro en el que la gente no anima. La idea es, con el fin de no perder los valores del fútbol, que el único teatro que exista sea el de los sueños: Old Trafford. Y que siga así por muchos años.
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